jueves, 7 de marzo de 2013

Un movimiento de cercado para los niños John Taylor Gatto


Un movimiento de cercado para los niños

El secreto de la escolarización norteamericana es que no enseña del modo que aprenden los niños, y no debe hacerlo: la escuela fue diseñada para servir a una oculta economía de mando y a un orden social deliberadamente reestratificado. No fue hecha para el beneficio de los niños y las familias tal como esos individuos e instituciones definirían sus propias necesidades. La escuela es la primera impresión que los niños tienen de una sociedad organizada: como la mayoría de las primeras impresiones, es la que queda. La vida según la escuela es aburrida y estúpida, sólo el consumo promete alivio: Coca-Cola, Big Macs, vaqueros de moda, ahí es donde se encuentra el significado real, esa es la lección del aula, aunque sea dada indirectamente.


La dinámica decisiva que hizo a la escolarización obligatoria venenosa para el saludable desarrollo humano no es difícil de detectar. El trabajo en las aulas no es un trabajo significativo: falla en satisfacer las necesidades reales que urgen al individuo. No responde a preguntas reales que la experiencia despierta en la mente joven. No contribuye a resolver ningún problema encontrado en la vida real. El efecto neto de hacer todo el trabajo escolar externo a los anhelos, experiencias, preguntas y problemas individuales es hacer a la víctima apática. Este fenómeno ha sido bien entendido por lo menos desde el tiempo del movimiento de cercado británico, que sacó a los pequeños granjeros fuera de sus tierras para trabajar en fábricas. El crecimiento y la maestría llegan sólo a quienes se guían vigorosamente por sí mismos. Iniciar, crear, hacer, reflexionar, asociar libremente, disfrutar la privacidad, eso es precisamente lo que las estructuras de la escolarización están preparadas para impedir, con un pretexto u otro.

Tal como veía suceder, se tardaba tres años en romper a la mayoría de los niños, tres años confinados en entornos de carencia emocional, sin nada real que hacer. En tales entornos, las canciones, las sonrisas, los colores chillones, los juegos cooperativos y otras cosas que rompen la tensión hacen mejor el trabajo que las palabras de enfado y el castigo. Hace años me llamó la atención como algo más que un poco raro el hecho de que el gobierno prusiano fuera el patrón de Heinrich Pestalozzi, inventor de la escolarización primaria psicológica multicultural de diversión y juegos, y de Friedrich Fröbel, inventor del jardín de infancia. Me llamó la atención como algo sorprendente que el socio de J. P. Morgan, Peabody, contribuyera a traer la escolarización prusiana al postrado Sur tras la Guerra Civil. Pero poco después comencé a ver que tras la filantropía se escondía un propósito económico racional.


Las redes más fuertes de la escuela son invisibles. El intento constante de llamar la atención de un desconocido crea una química que produce las características comunes de los escolares modernos: quejas, inmoralidad, malicia, traición, crueldad. La competencia incesante por el favor oficial en la pecera dramática de una aula crea niños cobardes, gente débil hundida en aburrimiento crónico, gente débil sin propósito aparente para estar viva. Toda la importancia del aula como entorno dramático, primariamente como entorno dramático, nunca ha sido adecuadamente reconocida ni examinada.

 La dinámica más destructiva es idéntica a la que causa en las ratas enjauladas el desarrollo de tics excéntricos o incluso violentos cuando pulsan una barra para obtener comida con una planificación de refuerzo aperiódico (en que el alimento se entrega al azar, pero la rata no lo sospecha). Gran parte del extraño comportamiento que muestran los escolares es función de un programa de refuerzo aperiódico. Y del confinamiento interminable e inactividad para sacar poco a poco a los niños fuera de sus mentes. Los niños atrapados, como las ratas atrapadas, necesitan control estrecho. Cualquier psicólogo de ratas le dirá eso. 
 

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