sábado, 9 de marzo de 2013

FALSAS PREMISA por John Taylor Gattto, Maestro del Año de la Ciudad y el Estado de Nueva York



El propósito religioso de la escolarización moderna fue anunciado claramente por el legendario sociólogo de la Universidad de Wisconsin Edward A. Ross en 1901 en su famoso libro, Social Control. Su bibliotecario debería poder localizar un ejemplar para usted sin mucho esfuerzo. En él Ed Ross escribió estas palabras para sus destacados seguidores: «Hay planes en marcha para reemplazar a la comunidad, familia e iglesia con propaganda, educación y medios de comunicación de masas [...] el Estado se sacude sus ataduras con la Iglesia, se extiende hasta la Escuela [...] Las personas son sólo pequeños terrones maleables de pasta humana». Social Control revolucionó la disciplina de la sociología y tuvo poderosos efectos en las otras ciencias humanas: en la ciencia social guió la dirección de la ciencia política, economía y psicología; en biología influyó en la genética, eugenesia y psicobiología. Desempeñó un papel crítico en la concepción y el diseño de la biología molecular.

Ahí lo tiene en dos palabras. Todo el problema con la escolarización moderna. Reposa en un nido de falsas premisas. Las personas no son pequeños terrones maleables de pasta. No son pizarras en blanco como dijo John Locke, no son máquinas como deseaba La Mettrie, ni vegetales como especulaba Friedrich Fröbel, inventor de los kindergarten, ni mecanismos orgánicos como enseñó Wilhelm Wundt a todos los departamentos de psicología de Norteamérica durante el cambio de siglo, ni tampoco repertorios de comportamientos como querían Watson y Skinner. No son, como la nueva cosecha de pensadores de sistemas llegaría a imaginar, microsistemas místicamente armoniosos que se entrelazan con grandes macrosistemas en una danza de fuerzas atómicas. No quiero ser disparatado acerca de esto: confinadas en una sala de conferencias o en una discusión informal no hay probablemente más perjuicio en estas teorías que leer demasiados sonetos italianos en una sesión. Pero cuando a cada una de esas suposiciones se la deja suelta para que sirva como fundamento para experimentos escolares, lleva a espantosas prácticas opresivas.

Una de las ideas a que llevó directamente la concepción del niño vacío era la noción de que la crianza humana podía ser mejorada o retardada como la cría de plantas o de animales, mediante jardineros científicos y granjeros. Por supuesto, la escala de tiempo sobre la que se planeó que sucediera esto era bastante larga. Nadie esperaba que fuera como criar moscas de la fruta, sino que era un asunto académico, gubernamental e incluso militar de importancia capital y generosamente financiado hasta que el programa proactivo de Hitler (que seguía el ejemplo de Norteamérica) se volvió tan turbador por 1939 que nuestros propios proyectos se hicieron más circunspectos.


A principios del siglo XX, el enormemente influyente Edward Thorndike, del Colegio de Maestros de Columbia, dijo que la escuela establecería condiciones para la «cría selectiva antes de que las masas tomaran las cosas con sus propias manos». El propósito religioso de la escolarización moderna fue bochornosamente evidente cuando Ross y Thorndike estaban en el centro del escenario, pero estaban rodeados por muchos amigos que pensaban igual. Otro arquitecto importante del test estandarizado, H. H. Goddard, dijo en su libro Human Efficiency (1920) que la escolarización por el gobierno trataba de «la perfecta organización de la colmena». Dijo que el test estandarizado era una forma de hacer que las clases inferiores reconocieran su propia inferioridad. Como llevar un gorro con orejas de burro, las disuadiría de tener cultura y ambición. Goddard fue jefe del Departamento de Psicología de Princeton, por tanto imagine el efecto que tuvo en las mentes de los doctorandos que preparó, y hubo cientos. 
El propósito religioso de la escolarización moderna no quedó abandonado a principios de siglo: en abril de 1996, Al Shanker, de la Federación Americana de Maestros (AFT), dijo en su habitual anuncio a dos páginas del New York Times que cada profesor era en realidad un sacerdote. 

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