jueves, 7 de marzo de 2013

LA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA PASADA POR LA ESPADA por John Taylor Gatto


Extracto del libro Historia secreta de la educación americana

(John Taylor Gatto nos brinda un análisis concienzudo y fáctico de la psicologización insidiosa y masificada de la infancia, mediante la escolarización. Documenta como la escuela psicologizada causa trastornos emocionales y de conducta en los niños, para luego ofrecerse como expertos y hacernos creer insuficientes para atender asuntos puramente humanos, que se pueden evitar fuera del auspicio de las escuelas.)


Treinta y pocos años después, entre 1967 y 1974, la formación de maestros en los Estados Unidos se renovó encubiertamente mediante esfuerzos coordinados de un pequeño número de fundaciones privadas, universidades selectas, empresas multinacionales, grupos de expertos y agencias del gobierno, todos coordinados mediante la Oficina de Educación de los Estados Unidos y mediante departamentos de educación de estados clave, como los de California, Texas, Michigan, Pensilvania y Nueva York.

Fueron importantes hitos de la transformación: 1) un amplio ejercicio del gobierno en futurología llamado Designing Education for the Future, 2) el Behavioral Science Teacher Education Project, y 3) el multivolumen de Benjamin Bloom, Taxonomy of Educational Objectives, un enorme manual de más de mil páginas que, finalmente, afectó a cada escuela de los Estados Unidos. Aunque existen otros documentos, estos tres son adecuados ejemplos del conjunto, que sirven para clarificar la naturaleza del proyecto en marcha.

Tomémoslos uno por uno y saboreémoslos. Designing Education for the Future, presentado por el Departamento de Educación, redefinió el término educación al estilo prusiano como «un medio de lograr importantes objetivos económicos y sociales de carácter nacional». Las agencias de educación estatales actuarían de ahí en adelante como ejecutores federales in situ, que asegurarían el cumplimiento por las escuelas locales de las directivas centrales. A cada departamento de educación de los estados se le asignaba la tarea de ser un «agente de cambio» y se le aconsejaba «perder su identidad independiente así como su autoridad», para «formar una sociedad con el gobierno federal».

El segundo documento, el gigantesco Behavioral Science Teacher Education Project [BSTEP], esbozaba las reformas en la enseñanza que se tenían que imponer en la nación tras 1967. Por si alguna vez quiere perseguirlo y acceder a este, lleva el número de contrato de la Oficina de Educación de los Estados Unidos OEC-0-9-320424-4042 (B10). El documento expone claramente las intenciones de sus creadores: nada menos que la «manipulación impersonal» mediante la escolarización de una futura Norteamérica en la que «pocos serán capaces de mantener el control sobre sus opiniones», una Norteamérica en la que «cada individuo recibirá al nacer, un número de identificación con diferentes usos», que permite a los patronos y otros controladores, tener rastro de los subordinados y exponerlos a una influencia directa o subliminal cuando sea necesario. 

Los lectores se enteraron de que la «experimentación química» con menores sería un procedimiento normal en este mundo posterior a 1967, un agudo presagio de las intervenciones masivas con Ritalin que ahora acompañan la práctica de la escolarización forzada.

El Behavioral Science Teacher Education Project identificaba el futuro como uno «en que una pequeña élite» controlaría todos los asuntos importantes y donde la democracia participativa desaparecería en gran parte. Se hace ver a los niños, a través de experiencias en la escuela, que sus compañeros de clase son tan crueles e irresponsables, tan inadecuados para la tarea de la autodisciplina y tan ignorantes que necesitan ser controlados y regulados por el bien de la sociedad. Bajo tal régimen lógico, el terror escolar sólo puede ser visto como un buena publicidad. Es algo que hace pensar en la escolarización en masa no sólo como un vasto proyecto de demostración de la insuficiencia humana, sino que esa es como mínimo una de sus funciones.

La escolarización posmoderna, se nos dice, debe concentrarse en el «cultivo del placer» y en «otras actitudes y habilidades compatibles con un mundo sin trabajo». Así se puede ver que el aula de socialización de comienzos de siglo --en sí misma una desviación radical de la escolarización para el desarrollo mental y del carácter-- había evolucionado hacia 1967 hacia un laboratorio a gran escala para la experimentación psicológica.

La conversión de la escuela fue impulsada poderosamente por un curioso fenómeno de entre mediados y finales de los 60, un tremendo aumento de la violencia escolar y caos general en la escuela que siguió a la declaración de una norma (que parece haber ocurrido en toda la nación) de que castigar a los niños a partir de entonces debía imitar la práctica del «proceso debido» del sistema judicial. A profesores y administradores se les privó de cualquier capacidad efectiva de mantener orden en las escuelas, porque el aparato del proceso debido, necesariamente un asunto lento y deliberativo, es completamente inadecuado para los brotes continuos de diabluras infantiles que sufren todas las escuelas.

Entonces, sin el arsenal ad hoc consagrado por el tiempo, de tácticas disciplinarias a que recurrir, el desorden se salió de control, pasando del ámbito de la molestia a un terreno completamente más peligroso, a medida que se extendió por los grupos de alumnos la noticia de que las manos del profesor estaban atadas. Y cada suceso escandaloso que llegaba a la atención de la prensa local servía como anuncio para recetas de expertos. 

¿Quién había visto alguna vez a los niños comportarse de esa manera? Era hora de que la participación de la comunidad dejara paso al cuidado de expertos. Hora también de medidas de emergencia, como educación especial y Ritalin. Durante todo este período, que duró entre cinco y siete años, agencias externas como la Fundación Ford ejercitaron el derecho de controlar los «derechos de los niños» a recibir la atención debida, avivando más las llamas, incluso mucho después de que el problema se hubiera vuelto prácticamente inmanejable.

El Behavioral Science Teacher Education Project, publicado en la cresta de esta violencia, informó a las escuelas de formación de maestros que bajo ciertas circunstancias, los maestros tenían que ser formados como terapeutas. Tenían que traducir recetas de psicología social en «acción práctica» en el salón de clases. Como el currículo había sido redefinido, la docencia siguió después.

El tercero en la serie de nuevos textos evangélicos fue Taxonomy de Bloom. Era, en sus propias palabras, «una herramienta para clasificar las maneras en que los individuos van a actuar, pensar o sentir como resultado de alguna unidad de instrucción». Usando métodos de psicología de la conducta, los niños aprenderían pensamientos, sentimientos y acciones correctos y «corregirían» sus actitudes impropias traídas de casa.




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