Prolongando la niñez
Desde el principio hubo un propósito tras la escolarización forzosa, propósito que nada tenía que ver con lo que querían padres, niños o comunidades. En cambio, este gran propósito fue fraguado a partir de lo que se pensaba que necesitaban una economía corporativa altamente centralizada y un sistema de finanzas empeñado en internacionalizarse. Y además de eso, también de lo que necesitaba un Estado fuerte y políticamente centralizado. La escuela fue considerada desde la primera década del siglo XX como una rama de la industria y una herramienta de gobierno. Durante un tiempo considerable, probablemente provocado por un clima de ira oficial y de desprecio contra los emigrantes en el mayor desplazamiento de personas en la historia, los gestores sociales de la escolarización fueron considerablemente francos acerca de lo que estaban haciendo. En un discurso que dio ante hombres de negocios antes de la Primera Guerra Mundial, Woodrow Wilson hizo esta revelación desvergonzada:
"Queremos que una clase tenga educación liberal. Queremos otra clase, una clase necesariamente muchísimo mayor, que renuncie al privilegio de una educación liberal y se adapte para ejecutar tareas manuales específicamente difíciles."
En 1917 los principales puestos administrativos de la educación norteamericana estaban bajo el control de un grupo al que la prensa de la época llamaba el trust educativo. La primera reunión de este trust incluía representantes de Rockefeller, Carnegie, Harvard, Stanford, la Universidad de Chicago y la Asociación Nacional de Educación. El fin principal, escribió en 1918 Benjamin Kidd, el evolucionista británico, era «imponer a la juventud el ideal de subordinación».
Al principio, el blanco principal fue la tradición de los modos de vida independientes en los Estados Unidos. A menos que el espíritu de empresa yanqui pudiera ser extinguido, al menos entre el común de la población, las inmensas inversiones de capital que la producción en masa necesitaba para el equipamiento no eran concebiblemente justificables. Los alumnos estaban para aprender a pensar en sí mismos como empleados que competían por el favor de los gestores. No como Franklin o Edison se vieran en otros tiempos a sí mismos, como agentes libres e independientes.
Sólo mediante una masiva campaña psicológica se podía contener la amenaza de la sobreproducción en Norteamérica. Así es como hombres y académicos importantes la llamaban. La capacidad de los norteamericanos de pensar como productores independientes se tenía que recortar. Ciertos escritos de Alexander Inglis aluden al papel de la escolarización en este proyecto finalmente exitoso de contener la tendencia de la gente modesta a competir con las grandes compañías. Desde 1880 a 1930, la sobreproducción llegó a ser la metáfora dominante entre las clases dirigentes, y esta idea tendría una profunda influencia en el desarrollo de la escolarización de las masas.
Sé lo difícil que es para la mayoría de nosotros, que cortamos nuestro césped y paseamos a nuestro perro, entender siquiera que la ingeniería social de largo alcance existe, y mucho menos que empezó a dominar la escolarización obligatoria hace cerca de un siglo. Sin embargo, la edición de 1934 de Public Education in the United States de Ellwood P. Cubberley es explícita sobre qué sucedió y por qué. Tal como lo expresa Cubberley:
"Ha llegado a ser deseable que los niños no participen en la labor productiva. Por el contrario, todo el pensamiento reciente [...] [se] opone a que hagan eso. Tanto los intereses del trabajo organizado como los intereses de la nación se han puesto en contra del trabajo infantil."
La afirmación está en una sección de Public Education llamada «Un nuevo alargamiento del período de dependencia», en que Cubberley explica que «la llegada del sistema de factorías» ha hecho necesaria la niñez extendida, privando a los niños de la formación y educación que la granja y la vida de pueblo dieron anteriormente. Con la quiebra de la industria familiar y de pueblo, la desaparición de tareas domésticas cotidianas y la extinción del sistema de aprendizaje, en favor de la producción a gran escala con su extrema división del trabajo (y la «marcha triunfal de la maquinaria»), había surgido un ejército de trabajadores, dijo Cubberley, que no sabían nada.
Más aún, la industria moderna necesita tales trabajadores. No se podía dejar que el sentimentalismo estorbara el camino del progreso. De acuerdo con Cubberley, con «mucho ridículo desde la prensa pública» el viejo currículum libresco fue dejado de lado, sustituido por un cambio de objetivo y «una nueva psicología de instrucción que nos llegó del extranjero». Esa última referencia misteriosa a una nueva psicología es a las prácticas de escolarización simplificada comunes en Inglaterra, Alemania y Francia, las tres principales poderes mundiales del carbón (además de los Estados Unidos), cada una de las cuales ya había convertido a su población normal en un proletariado industrial.
En 1919 Social History of the Family, de Arthur Calhoun, notificó a los académicos de la nación lo que estaba sucediendo. Calhoun proclamó que el sueño más querido de los escritores utópicos se estaba haciendo realidad, el niño estaba pasando de la custodia de su familia «a la de expertos de la comunidad». Ofreció una predicción significativa, de que con el tiempo podríamos esperar ver educación pública «diseñada para frenar el apareamiento de los inadaptados». Tres años después, el alcalde John F. Hylan de Nueva York dijo en un discurso público que las escuelas habían sido agarradas, igual que un pulpo agarra a su presa, por un «gobierno invisible». Se estaba refiriendo específicamente a ciertas acciones de la Fundación Rockefeller y otros intereses empresariales en la ciudad de Nueva York que precedieron los disturbios escolares en 1917.
En los años 20 hubo un período de auge para la escolarización obligatoria, así como para el mercado bursátil. En 1928, un respetado volumen llamado A Sociological Philosophy of Education afirmaba: «Es asunto de los profesores dirigir no sólo las escuelas, sino el mundo». Un año después, el famoso creador de la psicología educacional, Edward Thorndike, del Colegio de Maestros de Columbia, anunció: «Las asignaturas académicas son de poco valor». William Kirkpatrick, su colega en el Colegio de Maestros, se jactaba en Education and the Social Crisis de que toda la tradición de educar a la juventud estaba siendo rehecha por expertos.
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