sábado, 25 de enero de 2020

HOMESCHOOLING: SIN MIEDO 
por José Luis Meléndez

Foto: Nuestros hijos no paran de aprender, tampoco los tuyos. Aquí nuestro primogénito trabajando en sus dibujos durante los días posteriores al paso del huracán María.

Cuando educas en el hogar no esperas la perfección sino la optimización del aprendizaje. El aprendizaje dirigido al desarrollo del máximo potencial no puede prescindir del error, porque se trata de la suma persistente del intento para alcanzar el éxito. No me refiero al éxito superfluo y frívolo de lo pasajero, de lo transitorio de las gratificaciones inmediatas sino del dominio de una destreza o de la comprensión cabal de algún conocimiento deseado. Tampoco es que uno busque equivocarse, por ejemplo, al escribir no busco cometer errores gramaticales. Claro, la posibilidad de cometerlos no va a frenar mi deseo de comunicarme contigo. 

En la escuela los maestros -muy a pesar de sus mejores intenciones-, están obligados a ser verdugos del error, a castigar al que los comete, a despojar a los niños que fallan de sus credenciales evolutivas.[1]Bajo este ambiente hostil contra la niñez y minando sus facultades de autodidactas que desde que llegaron al mundo manifestaban (y que les llevó a obtener conquistas tan asombrosas como el habla), contrasta con la entre error y los mismos maestros. Se entra en una inconsistencia -que no me parece sea de su agrado pero es una práctica “normalizada”-porque con ellos prácticamente no pasa nada pero los estudiantes están bajo amenaza si el error lo cometen ellos. Como dice un viejo proverbio de Gangaji[2]

No tienes que herir para enseñar y no tienes que ser herido para aprender. 

En este contexto nos dice Sir Ken Robinson, autor de varios libros sobre revolución educativa y conferenciante influyente de alcance mundial, existen estudios de muchos años en que se refleja que en la medida que transcurren los años de escolarización los estudiantes pierden su capacidad de formular pensamiento divergente. Es una pérdida gradual que va haciéndose mayor con el paso del tiempo. Los estudiantes se vuelven conservadores. Es muy común que por ello pregunten con frecuencia si lo que se está discutiendo en el salón va a ser incluido en el examen. El pensamiento divergente es aquel capaz de hallar múltiples respuestas a un problema para el que un sistema autoritario ya tiene una única respuesta que espera se acate obedientemente. El dato lo ofrece Robinson en una videoconferencia titulada Cambiando paradigmas en la educación.[3]

El pensamiento divergente es imprescindible en estos tiempos para que nuestros niños no crezcan creyendo ser una pieza en una maquinaria sino un eje (Godin) que asume responsabilidad y liderato, en un mundo que dejó de premiar al sumiso y que depende de mentes ágiles, creativas, libres y éticas; de jóvenes seguros de sí mismos pero no soberbios, capaces de emprender y producir.  

El error es tan esencial, como parte de lo que puede esperarse de un gran pelotera y de su promedio excelente. Este se calcula tomando en cuenta la enorme cantidad de turnos al bate en que se poncha[4]versus las pocas en que saca la bola del parque. 

De modo que ante tu preocupación por si lo vas a hacer bien si educas en el hogar, seguramente si recuerdas los primeros años de la vida de tu hijo verás que ya hiciste homeschooling, desde que la luz de tus ojos nació hasta el día que se fue a la escuela. 

Allá él no llegó como una pizarra en blanco. No tengas miedo en reanudar lo que venían haciendo tan bien. Comunícate conmigo para ayudarte a iniciar la restauración de una experiencia de aprendizaje que tenga el amor y la felicidad, la confianza en tu hijo, como principio de dicho emprendimiento.

Al país le urge que dejemos de sacrificar talentos al forzar a los niños a someterse a currículos de una sola talla y a un ritmo uniforme y sofocante. El homeschooling para mí es el más importante acontecimiento educacional de estos tiempos y la mejor decisión que seguramente harás, en favor de la más venturosa, excitante y enriquecedora experiencia de aprendizaje que puedas ofrecer a un ser que nació con un apetito insaciable por aprender.



[1]EL concepto lo tomo de la introducción a la obra The Descent of Man de Charles Darwin de la editorial Penguin Classics, a cargo de los profesores James Moore y Adrian Desmond.

[2]Nacida en Texas en 1942, Gangaji creció en Mississippi. Después de graduarse de la Universidad de Mississippi en 1964, se casó y tuvo una hija. En 1972, se mudó a San Francisco, donde comenzó a explorar niveles más profundos de su ser. Tomó votos de Bodhisattva, practicó meditación Zen y Vipassana, ayudó a dirigir un Centro de Meditación Budista Tibetana y tuvo una carrera como acupunturista en el área de la Bahía de San Francisco. https://gangaji.org
[3]La conferencia es altamente recomendable: https://m.youtube.com/watch?v=g8J4LqQPy0M.
[4]Poncharse:Dicho de un bateador de béisbolQuedar eliminado en su turno de batear.

¿LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ?
por José Luis Meléndez
2 de noviembre de 2017



En estos días muchos niños escolarizados no han podido ir a la escuela porque un huracán categoría 5 decretó un receso forzado hasta nuevo aviso. Su devastadora furia fue vivida por todos en la isla. Los niños no fueron la excepción. Luego de cuarenta días tras el paso de el huracán María aún el sistema escolar se halla en un estado operacional precario. Las tensiones y discrepancias entre la jerarquía institucional y la base crecen. Se parte de la preocupante suposición de que si los niños no van a la escuela no están aprendiendo. Los padres están preocupados porque sus hijos han dejado de aprender. Si ese es el fundamento de la preocupación vale la pena hacer ciertas distinciones, revisar algunas convenciones.

El paradigma educativo del que partimos es que los expertos en educación deben definir cómo y cuándo deben aprender nuestros niños. En cambio para niños que nunca han ido a la escuela y cuyo aprendizaje tiende a ser mucho más amplio, profundo -y ciertamente placentero-, el aprendizaje ocurre como lo describe Pam Laricchia en su libro Living Joyfully with Unschooling:

El aprendizaje no necesita ocurrir exclusivamente en salones de clases, durante periodos lectivos, junto a aquellos con edad escolar. Se halla en todas partes, en cualquier momento, y puede ocurrir a cualquier edad.

Esta forma de mirar el aprendizaje contrasta con la cultura escolar, que define nuestra actitud hacia la situación en la que se encuentra la escuela, no sólo a consecuencia de la descomunal sacudida causada por un insidioso huracán que ha hecho colapsar nuestras estructuras físicas y mentales, sino debido a la obsolescencia de la escuela; ignorada pero más visible luego del azote de María. Esta nueva realidad tiene a muchos en negación y asumiendo defensas fetichistas por una institución cuyo fin, más que educar a los niños parece ser garantizar su propia sobrevivencia, Esto ante la acelerada transformación de un mundo cuya economía pasó de ser una basada en el modo de producción industrial -para la que fue exclusivamente diseñada y financiada mediante una alianza público/privada, en la que al parecer el capital privado fue mayor- a una basada en información y conocimiento. Así lo plantea Iván Illich en su obra indispensable, Sociedad desescolarizada:

Las escuelas están diseñadas bajo la suposición de que hay un secreto para todo en la  vida, de que la calidad de vida depende de ese secreto, de que el secreto sólo puede conocerse en series ordenadas y de que sólo los maestros pueden revelar adecuadamente esos secretos. Un individuo con una mente escolar concibe el mundo como una pirámide de paquetes clasificados que son accesibles solamente para aquellos que poseen las etiquetas correctas.



Los niños que aprenden sin escuela trascienden los parámetros de una mente escolarizada. Los niños, incluyendo a los escolarizados que no han podido ir a la escuela en estos días, no han parado de aprender. El aprendizaje que han absorbido no reúne los requisitos como para ser filtrados y procesados a través de los limitados y miopes mecanismos de medición de la escuela. Eso no descalifica el aprendizaje que para la escuela es invisible porque ya ese aprendizaje es de cada niño. Lo que revela es la discapacidad de la escuela en poder comprender la magnitud de un aprendizaje que supera sus posibilidades de identificar las confluencias y particularidades de cada experiencia y desde cada experiencia proponer conocimientos puntuales. Estos conocimientos, muchos de los cuales surgen como producto del azar, no se prestan a ser medidos. No se dan mediante la imposición de un currículo de una sola talla para todos y desde un vacío conceptual que impide que los niños puedan conectar lo que se les pretende enseñar con aspectos esenciales de sus vida.

Un joven estudiante que ha visto su casa destruida pudiera interesarse en aprender a construir una casa para sí y para sus padres. Puede aspirar y ver el sueño cumplido de construir una estructura capaz de resistir a María y a la madre que la vuelva a parir. Si se tratara de un proyecto en que jóvenes de su comunidad se dedicaran a colaborar en construir varias casas, acompañados de mentores identificados por sus méritos por los mismos que aprenden, estaríamos hablando de un aprendizaje que contrasta con el de la escuela, que al crear una escasez artificial de premios inútiles, como son las notas, crea un clima de individualismo tóxico que impide que se fortalezca la empatía y solidaridad, el espíritu de colaboración. El espíritu de colaboración no necesita ser enseñado, es parte de nuestro "package". Tampoco hay que sobornar a niños con trabajo voluntario a cambio de mejorar sus promedios académicos. Lo que este tipo de changuería conductista logra es matar el espíritu de colaboración, el impulso por ayudar que da sentido a nuestras vidas. El premio que mayor satisfacción produce ayudar es ver que la ayuda rinde buen fruto. Es saber que uno hizo una diferencia. Matar esa posibilidad es un crimen. Por otro lado desarrollar estas habilidades se pueden combinar con el aprendizaje del negocio del "real estate" y la compra de propiedad inmueble en deterioro, para restaura, vender, y producir capitales nuevos, imperativo económico para un país educado para la dependencia y el sueño de mediano alcance.


El aprendizaje implicado en la construcción de una casa -en este caso en hormigón-, por obligación le llevará a incurrir, desde su interés, en el dominio de ciertas fórmulas matemáticas, como volumen, porciones de ingredientes para mezclar cemento, arena, agua, etc. Tendrá que saber medir, usar el nivel. Tendrá que aprender algo de ingeniería y diseño. Tendrá que aprender tal vez a manejarse en el laberinto burocrático del gobierno para ayudar a sus padres a gestionar las ayudas del gobierno, a entender los códigos de construcción y agenciar permisos. El elemento geográfico, topográfico, climático, ético y ecológico, jugarían una parte esencial en esta jornada de aprendizaje, en la que los conocimientos no se sistematizan artificialmente ni se fragmentan y/o divorcian sino que se interconectan, sin un orden determinado arbitrariamente. Esto le puede permitir ejercer un discernimiento madurado, al encontrar que en la vida hay patrones y secuencias impuestas que son una insensatez pero hay también casos en que el orden de los factores efectivamente alteran los resultados. 

La historia de la destrucción de su casa puede enseñarle que el orden lógico no se siguió y que él tiene ante sí el desafío de enderezar los entuertos heredados, como gesta emblemática de una nueva generación que se levanta y tiene que asumir una responsabilidad, que a su vez pudiera restaura la madurez que por generaciones la escuela ha retrasado en jóvenes que dependen de una autoridad externa hasta para ir al baño. 

Este ejemplo hipotético es uno de muchas posibilidades de aprendizajes que son invisibles ante la mirada de la escuela pero vitales ante una mirada que contempla el presente y el futuro. La voluntad de aprender para que lo aquí propuesto ocurra está en estado latente, pero no parece que la escuela pueda producir una demografía de jóvenes así de avezados. Paradójicamente han nacido, casi todos, con todo lo necesario para realizar lo propuesto, e históricamente así ocurría, antes de la imposición forzada de la escolarización y su expulsión del mercado laboral. Hace más de dos siglos atrás esto era común y corriente.

Lo que ha al momento ha quedado suspendido es la enseñanza formulaica y sistematizada, no el aprendizaje. Lo que ha sido suspendido es el negocio de la escolarización. Lo que ha quedado en el aire es la posibilidad de enriquecer a nuestros hijos y a nuestra cultura con maestros extraordinarios que pudieran repercutir profundamente, si pudieran quedarse con los estudiantes que están verdaderamente interesados en aprender de ellos, como hacían los atenienses en el ágora.

Los niños han estado aprendiendo sin escuela, y si los padres tienen iniciativa, internet y posibilidad, pueden acceder a todo lo que se supone estuvieran cubriendo en la escuela, a su ritmo, sin que una nota se vuelva el fin del ejercicio sino que la recompensa sea lo que siempre debió ser: el aprendizaje mismo.

En cuanto a la socialización, las historias que escuchamos es que los niños, durante estos días, han podido enriquecer sus vidas y estrechar lazos con la comunidad, incluso descubrir a muchos otros niños en su comunidad a los que luego de muchos años de vivir en la misma urbanización o barrio aún no conocían. La socialización no suele ser un problema entre homeschoolers sino entre estudiantes, ya que la mayor parte del tiempo son forzados a no socializar en las escuelas. Son obligados a escuchar la casi perpetua comunicación en una sola dirección de la maestra, y son forzados a mantenerse quietos como paralíticos y callados como estatuas.



Cabe destacar que la enseñanza no necesariamente produce aprendizaje porque para que ocurra el aprendizaje tiene que contar con el consentimiento del destinatario de la enseñanza. Sino la maestra se queda hablando sola y el estudiante es tal vez drogado para compensar químicamente el fracaso de la escuela en jugar limpio y hacerse pertinente a dicho estudiante. Nuestros sistemas educativos no reconocen este principio fundamental y cívico de la socialización: tienes que contar con el consentimiento de aquel a quien pretendes enseñar. Por eso mucho de su monumental esfuerzo entra en saco roto, se desperdician energías vitales de los niños y la energía altruista y abnegadas maestras, que un contexto genuinamente armonioso entre las partes, revolucionarían al mundo con un binomio de incontenible sabiduría. En ese sentido el hecho de que se reanuden las clases no garantiza que habrá aprendizaje, al menos no el aprendizaje pretendido. Seguramente reincidamos en reactivar la inerte marcha de una enseñanza forzada y de un aprendizaje precario. Los muchos niños seguirán creyendo que son incapaces de aprender cuando posiblemente se trata de que el sistema educativo, como está planteado, es incapaz de enseñar como aprenden los niños.

La experiencia de presenciar un fenómeno atmosférico de la envergadura de un huracán categoría 5, que atravesó la isla que habitamos, de por sí deja tras su devastador paso, un aprendizaje imborrable, además de anécdotas de un valor histórico que pudieran traducirse en relatos. Qué mejor manera de acercarse a la lectura y a la escritura que tener algo que contar, o interesarse en algo que otro quiere contarnos a través de la escritura. La experiencia desencajó todo, dislocó nuestras estructuras, físicas y mentales, personales y sociales, culturales y cotidianas. Nos sacó de la anormalidad cotidiana. La sacudida y devastación sacó a los niños de enfrente de sus pantallas de televisión, de sus iPads, de sus Smart Phones, y de sus videojuegos. Los niños salieron a retomar los parques de sus vecindarios. De pronto afloraron en las comunidades, se hicieron visibles.

Bajo nuestra definición de normalidad los niños no existen en nuestro mundo por ciertas horas durante los días en semana, durante la mayoría de las semanas del año. El hecho que los niños puedan desarrollar sus propias estructuras de juego sin que un adulto husmee continuamente y les dirija aspectos que estos manejan con mucha más capacidad y creatividad, potencia un aprendizaje que una vez vuelvan a la rutina de la escuela, una vez vuelvan a invisibilizarse, habrá de perderse.

Roger Schank, experto en innovación y educación, plantea en su epílogo al libro Aprendizaje invisible los siguiente:


A los estudiantes que están acostumbrados a aprender a partir de experiencias les será difícil aprender a partir de información estática que no esté claramente relacionada con sus intereses personales. Curiosamente, los niños pequeños aprenden bastante bien hasta que entran en la escuela y se encuentran con estos estándares arbitrarios. Los niños viven experiencias y aprenden de ellas. Cuanto más variadas sean sus experiencias más se puede aprender.


La conexión o reconexión que los niños han realizado entre sí y su comunidad, con niños de diversas edades en sus entornos, con la naturaleza y el espacio que habitan, ha dejado expuesta la desco
nexión que produce el confinamiento a un aula que pretende enseñar desde un espacio sintético, lo que niños educados en el hogar llevan aprendiendo, muchas veces sin plantearse el aprendizaje como una función o un deber identificado como tal, insertos en el mundo real. Es más, mucho de lo que aprenden se da sin la noción de que aprenden porque el placer es propio del que deriva del juego.
El placer de aprender es vital para que permanezca como sabiduría asumida y como posesión personal que se realiza plenamente cuando haya en los demás la oportunidad de transformar sus saberes en un ágape, en un compartir fraternal. No implica que no haya esfuerzo, pero es el mismo esfuerzo que paradójicamente vuelve el juego en un asunto serio.

Para ello hay que depositar confianza en nuestros niños. Hay dejarlos SER el centro de sí mismos. Es la manera en que se puede reconocer a los demás desde sus propios centros, de crear la luz que nace de nuestros encuentros y de reconocer, como no, el peso de nuestras sombras. Para ello hay que revertir el paradigma de la suspicacia en la condición humana.

Hay lecciones que aprender de esta experiencia y una de ellas es cómo nos hemos distanciado de nosotros mismos al distanciar a los niños de la naturaleza y de su naturaleza. No estoy hablando desde la nostalgia que clama por un retorno al pasado idealizado, donde todo era mejor. Los avances tecnológicos han revolucionado nuestro acceso a caudales de conocimiento que antes no estaban a nuestro alcance. No creo que haya que resistirlos sino asumirlos. Nuestros hijos han nacido en ese periodo y nuestra función no debe ser dosificar su acceso ni estorbar o impedir que asuman como suyo su tiempo y sus innovaciones.

No perdamos de perspectiva que aún ante la adversidad apocalíptica, aún ante el vendaval de la insinceridad con la que los adultos estamos manejando la crisis, a juzgar por la confusión que crea la discordia entre intereses políticos y agendas dañinas -aunque a veces incluso bien intencionadas-, este es el mejor tiempo para los niños de estar vivos. Anteponer el imperativo ético de honrar a nuestros niños es un dínamo que puede mover montañas y obligarnos a dar lo mejor de nosotros. Al momento no hacerlo es un terrible lujo que no nos podemos dar. Nuestra probidad es uno de los aprendizajes más valiosos que podemos legar a nuestros niños.

Lo cierto es que los niños han estado aprendiendo desde que nacieron. Han estado aprendiendo fuera de la escuela, durante estos días posteriores al huracán. Lo que no ha estado ocurriendo es el descargue de la enseñanza impuesta. Aspirar regresar a la normalidad de los días de escuela no tiene que ver mucho con nada normal. Debemos aspirar a mucho más que eso.

La educación en el hogar es la versión de familia, crianza y aprendizaje de una casa energizada con el sol y que no depende del gobierno. Es un tiempo fértil para cambios de envergadura. A más de un mes de estar fuera de la escuela el tiempo transcurrido puede ser una feliz transición hacia una experiencia de aprendizaje que supere expectativas y produzca, no sólo niños muy capaces y un aprendizaje mucho más completo y personalizado sino niños felices y eventualmente hombres y mujeres portadores de sus propios valores, de los valores de sus padres y su comunidad, mucho más completos, listos no sólo para levantar a Puerto Rico sino para evitar que nunca más vuelva a caer.

Extracto de Historia secreta de la educación americana, por John Taylor Gatto


La escolarización gubernativa es la más radical aventura de la historia. Mata la familia al monopolizar la mejor época de la niñez y al enseñar la falta de respeto por el hogar y los padres. El diseño completo del proceso escolar es egipcio, no griego o romano. Proviene de la idea teológica de que el valor humano es una cosa escasa, representada simbólicamente por la estrecha punta de una pirámide.

Esa idea pasó a la historia norteamericana a través de los puritanos. Encontró su representación «científica» en la curva de campana, a lo largo de la cual se distribuye el talento según alguna Ley de Hierro de la Biología. Es una idea religiosa, la Escuela es su Iglesia. Ofrezco rituales para mantener la herejía a raya. Suministro documentación para justificar la pirámide celeste.
Sócrates previó que si la enseñanza llegase a ser una profesión formal, algo como esto pasaría. El interés profesional es servido haciendo que parezca difícil lo que es fácil, subordinando el laicado al sacerdocio. La Escuela es un proyecto de empleo, proveedor de contratos y protector del orden social, demasiado vital para permitirse a sí mismo ser «re-formado». Tiene aliados políticos que vigilan su marcha, por eso las reformas vienen y van sin cambiar demasiado. Incluso los reformadores no pueden imaginar la escuela de forma muy diferente.

David aprende a leer a los cuatro años. Rachel, a los nueve. En un desarrollo normal, cuando ambos tienen 13, no se puede decir quién aprendió primero: los cinco años de diferencia no significan nada en absoluto. Pero en la escuela etiqueto a Rachel como «incapacitada para aprender» y también hago perder velocidad a David. A cambio de un cheque de nómina, ajusto a David para que dependa de mí para decirle cuándo tiene que marchar y cuándo tiene que parar. No superará esa dependencia. Identifico a Rachel como mercancía de descuento, pasto de «educación especial». Estará para siempre atrapada en su sitio.

En 30 años de enseñar a chicos ricos y pobres casi nunca encontré un niño incapacitado para aprender. Tampoco encontré apenas alguna vez alguno dotado y con talento. Como todas las categorías escolares, estos son mitos sagrados, creados por la imaginación humana. Derivan de valores cuestionables que nunca examinamos porque conservan el templo de la escolarización.
Ese es el secreto tras los tests de respuestas concisas, timbres, bloques uniformes de tiempo, clasificación por edades, estandarización y todo el resto de la religión escolar que castiga a nuestra nación. No existe una forma correcta de educación, hay tantas como huellas digitales. No necesitamos profesores certificados por el Estado para que haya educación: eso garantiza probablemente que no la habrá.

¿Cuánta evidencia más hace falta? Las buenas escuelas no necesitan más dinero o un año más largo. Necesitan elecciones reales de libre mercado, variedad dirigida a cada necesidad y que asuma riesgos. Tampoco necesitamos ni un currículum nacional ni una evaluación nacional. Ambas iniciativas surgen de la ignorancia de cómo aprende la gente o de la indiferencia deliberada a ello. No puedo enseñar de esa manera más tiempo. Si sabe de algún trabajo donde no tenga que dañar críos para vivir, hágamelo saber. Para próximo otoño estaré buscando trabajo. 

lunes, 1 de julio de 2013

LOS NIÑOS A LOS QUE ENSEÑO extracto de Por qué la escuela no educa, de John Taylor Gatto


1. Los niños a los que enseño son indiferentes al mundo adulto. Esto desafía la experiencia de miles de años. Un observación intensiva de lo que “los mayores” hacían siempre fue una de las más excitantes ocupaciones de los jóvenes, pero nadie quiere crecer ahora, ¿y quien les puede culpar de ello? Nosotros somos los juguetes.
2. Los niños a los que enseño ya apenas sienten curiosidad y la poca que muestran es transitoria, no pueden concentrarse durante mucho tiempo, incluso en lo que quieren hacer. ¿Puedes ver la conexión entre los timbres sonando una y otra vez para cambiar de clase y este fenómeno de atención evanescente?
3. Los niños a los que enseño tienen un pobre sentido del futuro, de cómo el mañana está indefectiblemente unido al presente. Como dije antes, viven en un presente continuo, el preciso momento en el que se encuentran es el límite de su conciencia.
4. Los niños a los que enseño son ahistóricos, no tienen conciencia de cómo el pasado ha dado forma a su propio presente, limitando sus elecciones, moldeando sus valores y sus vidas.
5. Los niños a los que enseño son crueles entre sí, muestran falta de compasión ante los infortunios, ríen las debilidades, y muestran desprecio por aquellos que muestran necesidad de ayuda demasiado abiertamente.
6. Los niños a los que enseño se encuentran intranquilos ante la intimidad y la franqueza. No soportan una verdadera intimidad debido a una costumbre de por vida de guardar los secretos dentro de sí mismos, por lo que van formando su personalidad a base de trozos y partes de comportamiento prestados de la televisión o adquiridos para manipular a sus profesores. Puesto que no son ellos quienes dicen ser, el disfraz se les cae en la intimidad por lo que las relaciones íntimas deben ser evitadas.
7. Los niños a los que enseño son materialistas, siguiendo la estela de sus maestros que materialistamente “gradúan” todo -y sus tutores televisivos que ofrecen todo lo imaginable “gratis”.
8. Los niños a los que enseño son dependientes, pasivos, y tímidos ante la presencia de nuevos desafíos. Esto es a menudo ocultado mediante actos de bravuconería, mediante enfados y agresividades que en el fondo solo expresan un vacío sin fortaleza interior.
Podría hablar de otras cuantas condiciones que una reforma de la escolarización tendría que afrontar si nuestro declive nacional pretendiera detenerse, pero por el momento ya has comprendido mi postura, tanto si estás de acuerdo con ella como si no.

viernes, 7 de junio de 2013

Extracto del artículo de John Taylor Gatto, El currículum de necesidad


Compartimos con ustedes estas diez habilidades que las escuelas no pueden enseñar pero que educando en el hogar tú sí puedes. Puedes encargarte de que formen la base intelectual del aprendizaje de tus hijos. Son herramientas esenciales para que nuestros niños se desarrollen plenamente y se conviertan en actores de su propio guión. Y es que, como muy bien nos advierte el Maestro del año de la ciudad y es estado de Nueva York, John Taylor Gatto:

"O aprendes a encaminarte en pos de escribir tu propio guión en la vida o involuntariamente te conviertes en el actor del guión de otro."


Las 10 habilidades consideradas como esenciales son las siguientes:

1.- La habilidad de definir un problema sin contar con la ayuda de otra persona.
2.- La habilidad de formular preguntas que plantean un desafío a las ideas preconcebidas.
3.- La habilidad de trabajar en equipo sin tener un guía.
4.- La habilidad de trabajar absolutamente solo.
5.- La habilidad de persuadir a otros de que la dirección que propone es la correcta.
6.- La habilidad de discutir acerca de técnicas y asuntos en público con el objetivo de llegar a tomar una decisión acerca de las normas y políticas establecidas.
7.- La habilidad de poder reorganizar información conocida y formar conceptos y patrones innovadores a partir de ella.
8.- La habilidad de poder extraer rápidamente la información útil desde una gran cantidad de datos irrelevantes.
9.- La habilidad de pensar inductivamente, deductivamente y dialécticamente.
10.- La habilidad de encontrar una solución óptima para resolver problemas usando la intuición y el sentido común. (Método heurístico)

El hecho de que no estemos enseñando estas habilidades en las escuelas se debe a un asunto de política de la escuela. Es así por una razón muy válida: las escuelas no podrían funcionar si permitiéramos el desarrollo de estas facultades en nuestros niños.
¿Puedes imaginar una escuela en la cual los niños desafían las ideas preconcebidas? ¿O que trabajaran solos, sin ser guiados por una maestra? ¿O que definieran sus propios problemas?

Traducción de Educación para el éxito
http://www.educacionparaelexito.com/public/224.cfm

domingo, 10 de marzo de 2013

CREO QUE LO DEJO por John Taylor Gatto


En el primer año de la última década del siglo XX, durante mi decimotercer año como maestro en el tercer Distrito Escolar municipal, en Manhattan, tras haber enseñado en las cinco escuelas secundarias del distrito, cruzado espadas con una administración profesional tras otra a medida que se esforzaban en deshacerse de mí, tras haber tenido mi licencia suspendida dos veces por insubordinación y haber sido despedido encubiertamente mientras estaba de baja médica, tras una estancia en la Universidad de la ciudad de Nueva York durante un período de cinco años como conferenciante en el Departamento de Educación (y el manual de valoración de la facultad publicado por el consejo de estudiantes me diera las mayores valoraciones en el departamento durante mis últimos tres años), tras haber diseñado y hecho posible el más exitoso programa permanente de recaudación de fondos en la historia de la ciudad de Nueva York, tras haber puesto una única clase de octavo grado a hacer 30.000 horas de servicios voluntarios a la comunidad, tras haber organizado y financiado una cooperativa de alimentos gestionada por los estudiantes, tras haber asegurado más de mil aprendizajes, dirigido la colecta de decenas de miles de libros para la construcción de bibliotecas privadas para estudiantes, tras haber producido cuatro diccionarios ocupacionales auditivos para ciegos, escrito dos musicales originales para los alumnos y lanzado una legión de más iniciativas para reintegrar a los alumnos a una realidad humana más amplia, lo dejo.

Era Maestro del Año del estado de Nueva York cuando sucedió. Una acumulación de aversión y frustración que se hizo demasiado pesada para ser soportada me liquidó finalmente. Para comprobar mi determinación envié un corto artículo a The Wall Street Journal titulado Creo que lo dejo. En él explicaba las razones para decidir abandonar, incluso si no tenía ni ahorros ni la más leve idea de qué más podía hacer a mitad de la cincuentena para pagar mi alquiler. En su totalidad decía así:

La escolarización gubernativa es la más radical aventura de la historia. Mata la familia al monopolizar la mejor época de la niñez y al enseñar la falta de respeto por el hogar y los padres. El diseño completo del proceso escolar es egipcio, no griego o romano. Proviene de la idea teológica de que el valor humano es una cosa escasa, representada simbólicamente por la estrecha punta de una pirámide.

Esa idea pasó a la historia norteamericana a través de los puritanos. Encontró su representación «científica» en la curva de campana, a lo largo de la cual se distribuye el talento según alguna Ley de Hierro de la Biología. Es una idea religiosa, la Escuela es su Iglesia. Ofrezco rituales para mantener la herejía a raya. Suministro documentación para justificar la pirámide celeste.

Sócrates previó que si la enseñanza llegase a ser una profesión formal, algo como esto pasaría. El interés profesional es servido haciendo que parezca difícil lo que es fácil, subordinando el laicado al sacerdocio. La Escuela es un proyecto de empleo, proveedor de contratos y protector del orden social, demasiado vital para permitirse a sí mismo ser «re-formado». Tiene aliados políticos que vigilan su marcha, por eso las reformas vienen y van sin cambiar demasiado. Incluso los reformadores no pueden imaginar la escuela de forma muy diferente.

David aprende a leer a los cuatro años. Rachel, a los nueve. En un desarrollo normal, cuando ambos tienen 13, no se puede decir quién aprendió primero: los cinco años de diferencia no significan nada en absoluto. Pero en la escuela etiqueto a Rachel como «incapacitada para aprender» y también hago perder velocidad a David. A cambio de un cheque de nómina, ajusto a David para que dependa de mí para decirle cuándo tiene que marchar y cuándo tiene que parar. No superará esa dependencia. Identifico a Rachel como mercancía de descuento, pasto de «educación especial». Estará para siempre atrapada en su sitio.

En 30 años de enseñar a chicos ricos y pobres casi nunca encontré un niño incapacitado para aprender. Tampoco encontré apenas alguna vez alguno dotado y con talento. Como todas las categorías escolares, estos son mitos sagrados, creados por la imaginación humana. Derivan de valores cuestionables que nunca examinamos porque conservan el templo de la escolarización.


Ese es el secreto tras los tests de respuestas concisas, timbres, bloques uniformes de tiempo, clasificación por edades, estandarización y todo el resto de la religión escolar que castiga a nuestra nación. No existe una forma correcta de educación, hay tantas como huellas digitales. No necesitamos maestros certificados por el Estado para que haya educación: eso garantiza probablemente que no la habrá.



¿Cuánta evidencia más hace falta? Las buenas escuelas no necesitan más dinero o un año más largo. Necesitan elecciones reales de libre mercado, variedad dirigida a cada necesidad y que asuma riesgos. Tampoco necesitamos ni un currículum nacional ni una evaluación nacional. Ambas iniciativas surgen de la ignorancia de cómo aprende la gente o de la indiferencia deliberada a ello. No puedo enseñar de esa manera más tiempo. Si sabe de algún trabajo donde no tenga que dañar críos para vivir, hágamelo saber. Para próximo otoño estaré buscando trabajo. 

sábado, 9 de marzo de 2013

DESPUES DE LA ESCUELA,¿QUÉ? Iván Illich

LAS ESCUELAS están en crisis y también lo están las personas que se encuentran a cargo de ellas. La primera es una crisis dentro de una institución política, la segunda una crisis de actitud política. Esta última, la crisis de crecimiento personal, sólo puede ser atacada si se la considera distinta de, ­aunque relacionada con ­ la crisis de la escuela.


Las escuelas han perdido su hasta hace poco no cuestionado título de legitimadoras de la educación. La mayoría de sus críticos exigen una dolorosa y radical reforma, y existe una minoría, en rápido crecimiento, que no está dispuesta a aceptar nada que no sea la prohibición de la asistencia obligatoria a las escuelas y la inhabilitación de los certificados de estudios. La controversia entre los partidarios de la renovación y los partidarios de finiquitar el orden establecido pronto alcanzará su clímax.




Sin embargo, en la medida que la atención se concentra en la escuela podemos fácilmente pasar por alto una preocupación mucho más profunda: ¿qué es lo que debe ser la enseñanza? ¿Seguirá la gente considerándola como un servicio­ o mercancía­ que puede ser producido y consumido más eficientemente por un número mayor de personas si se hacen los arreglos institucionales pertinentes ? O debemos establecer sólo las reformas institucionales que protejan la autonomía del estudiante, su iniciativa personal a decidir qué es lo que debe aprender y su derecho inalienable a aprender lo que le gusta en lugar de aprender aquello que resulta útil a algún otro? Debemos escoger entre una educación más eficaz de personas adecuadas a una sociedad de eficacia creciente y una sociedad nueva en la cual la educación deje de ser la tarea de instituciones especializadas.